Fer | Tribuna
Descanse en paz D. Adolfo Suárez
Juan María Tellería Larrañaga>>Hemos preferido no escribir nada hasta ahora acerca del deceso de D. Adolfo Suárez, primer presidente del gobierno de la democracia española, artífice de la transición y uno de los padres de la actual constitución vigente en el estado, simplemente para dedicar estos días a la reflexión reposada sobre su vida y su obra. Mejor dicho, a lo que se nos deja entrever de su vida y su obra, que no es lo mismo. Una vez han tenido lugar sus exequias y la prensa de todos los colores, así como las redes sociales, ha emitido sus juicios, favorables unos, desfavorables otros, nos sentimos más cómodos para compartir con los amables lectores nuestro pensamiento, con el deseo de ser lo más objetivos y respetuosos posible.
Contábamos unos quince años recién cumplidos cuando tuvo lugar la muerte del Generalísimo; vale decir, la figura de D. Adolfo Suárez ocupó una buena parte de nuestra adolescencia y primera juventud. Más tarde, ya en nuestra edad adulta, supimos de su intento fallido de regresar a la política nacional con el CDS (Centro Democrático y Social), así como de su alzheimer galopante y su degradación mental en la enfermedad hasta llegar al extremo de no reconocer realmente a nadie, ni siquiera a los de su entorno. Un auténtico drama humano y familiar.
Lo que realmente nos ha molestado, y no poco, ha sido el comprobar cómo se han vertido estos últimos días elogios y parabienes acerca de su persona y su figura por parte de quienes en su momento le manifestaron una enconada y no disimulada hostilidad. La hipocresía típica de los políticos, algo de lo que no está exento, dicen, nadie que forme parte de tal casta. Como nosotros, personalmente, no estamos incluidos en ese privilegiado estamento, nos sentimos libres de emitir nuestra opinión sin ambages.
Que D. Adolfo Suárez ha sido una figura clave de la historia del estado español, eso es algo que nadie pondrá jamás en duda. En este sentido, puede parangonarse con otras muchas de distintas épocas y colores que jalonan libros, ensayos, enciclopedias y manuales escolares. Que haya que agradecerle el haber dado una vuelta de tuerca a un régimen y a una situación que hasta el momento parecieran monolíticos e inalterables, pues tampoco. Pero, con la mano en el corazón, no creemos que deba ser exaltado hasta casi la beatificación (como parecería que algunos intentan hacer) por haber sido el introductor de la democracia en el estado español. De hecho, no la introdujo.
La herencia de D. Adolfo Suárez no ha sido una democracia real, sino algo que a muchos políticos españoles de hoy les aterra llamar por su verdadero nombre: una democracia tutelada. D. Adolfo Suárez supo esquivar todos los arrecifes que amenazaban con hundir la frágil nave del estado en aquellos momentos para lograr una situación ambigua en la que, junto a unas autonomías en las que se otorgaba a ciertas nacionalidades históricas algunas de sus reivindicaciones, se creaban otras que de alguna forma paliaban o atenuaban la realidad multinacional, plurilingüe y multicultural del estado, reduciéndola y menguando su influencia; más aún, dando pie a los temores de la derecha más rancia y más enemiga de los separatismos, como vemos en el día de hoy. Una situación ambigua en la que, junto a la legalización del Partido Comunista, el viejo demonio del franquismo, liderado por figuras cuasi-míticas como Santiago Carrillo o la legendaria Dolores Ibárruri, persistía y se aferraba con más fuerza que nunca una monarquía muy discutible impuesta por el dictador y una iglesia oficial que continuaba, y continúa, siendo mantenida por el erario público en detrimento de otras realidades religiosas patentes. Y una situación ambigua, finalmente, en la que, junto a los aires de democracia participativa y cambios sociales un tanto drásticos, persistía como feudo intocable la propia familia del Generalísimo con sus posesiones; más aún, en la que algunos de los prohombres del franquismo más rancio o sus vástagos alcanzaban puestos importantes en la nueva administración y en los nuevos partidos políticos más fuertes, notablemente la hoy desaparecida UCD (Unión de Centro Democrático), la entonces AP (Alianza Popular) y hoy PP (Partido Popular), y el PSOE (Partido Socialista Obrero Español).
No entendemos que ello haya sido realmente un buen legado. España no ha cambiado demasiado más que en la superficie, en la apariencia sólo, rasgo muy típico de las culturas mediterráneas, “culturas de la vergüenza”, como las tildara algún investigador británico del siglo pasado con gran acierto. Sigue siendo, y más en el día de hoy, un país esencialmente corrupto en sus altas esferas, en el que el pueblo tiende a dormitar soñoliento dejándose aborregar por el fútbol (hoy los toros ya no tienen tanto gancho) y por Tele5, y en el que siguen reavivándose todos los espectros del pasado para terror de los fascistas de turno, que crecen como la espuma y se multiplican como hongos. Sigue siendo un país en el que no se percibe con buenos ojos cualquier manifestación de nacionalismo distinto de la pandereta y el flamenco institucionalizados, y en el que el empleo de un idioma diferente del castellano, se llegue a comprender o no (aunque los españolistas más rancios no llegan a entender ni un simple “bon dia” porque se ha dicho en catalán), supone para muchos una grave distorsión del orden ideal con su consiguiente úlcera estomacal o aceleración del pulso.
No queremos emitir juicios sobre la persona de D. Adolfo Suárez como tal, sin duda un buen esposo, un buen padre de familia, y un buen ciudadano. ¿Quién lo negaría? Pero no entendemos que su legado político haya sido el mejor, ni el más conveniente, ni siquiera el legítimo. D. Adolfo Suárez no quiso devolver al estado la legitimidad perdida en una guerra injusta y cruel que aún colea. Simplemente, tuvo la maestría de maquillar una dictadura para hacerla pasar por democracia, y convencer a todo el mundo de que era lo mejor.