Viure | Tribuna
Habló el buey y dijo ‘mú’
Juan María Tellería Larrañaga>>Ingobernable. Tal es el adjetivo con que se viene calificando últimamente en algunos círculos al pueblo español, o mejor dicho, al conjunto de pueblos que componen el actual estado español, para ser más exactos. Quienes así piensan no hacen referencia a un supuesto carácter esencialmente revolucionario o levantisco de la sangre ibérica, sino al hecho de que, una vez expresada la voluntad popular en los comicios, los representantes políticos muestran grandes dificultades para ponerse de acuerdo entre sí. Y si ello no ha sido fácil en otros momentos recientes de la historia nacional, mucho menos lo es ahora, cuando tras las últimas elecciones ninguna formación ha obtenido el número suficiente de escaños para gobernar, y todos necesitan de todos, aunque se aborrezcan cordialmente.
La única realidad de las entidades nacionales integrantes del estado español es que, con o sin gobierno, la vida sigue, y la gente continúa en su lucha diaria por la subsistencia y por las necesidades de los demás.
Ingobernable, sí, por supuesto. Pero no el pueblo; no los pueblos, corrijamos. Más bien sus presuntos representantes, o quienes creen serlo.
La única realidad de las entidades nacionales integrantes del estado español, también vivida por algún que otro vecino europeo plurinacional hace no demasiado tiempo, es que, con o sin gobierno (¿o sin desgobierno? Uno ya no sabe bien cómo definir la historia reciente de España), la vida sigue, y la gente continúa en su ardua lucha diaria por la subsistencia, preocupada por el futuro que les espera a sus hijos (si es que les espera alguno, que esa es otra) y, aunque parezca lo contrario, por las necesidades de los demás. Así como suena. Dígase lo que se quiera, los pueblos y naciones que componen el estado español han desarrollado, por conciencia y por educación tradicional en ciertos valores, un sentimiento humanitario y solidario muy grande. Ya decimos bien: los pueblos, las naciones componentes del estado, y lo destacamos. De los que (des)gobiernan vale más no hablar demasiado, por aquello de “no meter la pata hasta el fondo”, que dicen vulgarmente.
Nos resulta de todo punto inspirador el conocer a numerosas familias de nuestro entorno concreto, el agro valenciano, lo que por aquí llaman l’horta en la lengua local, que remueven cada día cielos y tierra, combatiendo contra vientos y mareas (es decir, contra impuestos exorbitados y cargas de todo punto ilógicas, por no hablar de recortes inhumanos), en una auténtica struggle for life, al mismo tiempo que dedican recursos propios, obtenidos con no pequeño esfuerzo, para auxiliar a refugiados sirios o poblaciones foráneas que llegan en busca de una vida mejor. Más aún, que, en tanto que creyentes, ruegan de continuo por la paz en el mundo y se comprometen en una especie de campaña solidaria a favor de la unidad esencial de todos los seres humanos, sin importar su etnia, su lengua, su cultura o su religión. Y este tipo de situaciones, mutatis mutandis, nos consta, se están viviendo en todos los rincones de la península Ibérica y de las tierras ultramarinas integrantes del estado.
Los pueblos de España no son ingobernables. Un conjunto humano ingobernable no podría subsistir, no sería capaz de mantener un orden ciudadano mínimo en períodos de interregno, o mejor, de sinerregno
Que no, que los pueblos de España no son ingobernables, qué va. Pueden ser difíciles, complicados, variopintos, con personalidades muy marcadas, no vamos a negarlo, pero no ingobernables. Un conjunto humano ingobernable no podría subsistir, no sería capaz de mantener un orden ciudadano mínimo en períodos de interregno, o mejor, de sinerregno, si se nos permite el neologismo.
Que sigan hablando los dirigentes políticos. Es lo suyo. Hablar, hablar, hablar y no decir realmente nada. Parole, parole, parole, que cantaba Mina Mazzini en 1972. Finalmente, como ya han apuntado algunos observadores nacionales y foráneos, siempre queda la solución de repetir las elecciones, aunque no sea lo ideal. Lo cierto es que, repítanse o no, el ciudadano de a pie, pese a todos los defectos inherentes a su humana naturaleza, seguirá viviendo, peleando cada día, y solidarizándose con los menos favorecidos, tomando conciencia de que, dígase lo que se quiera, todos los seres humanos somos iguales ante Dios y un conjunto de hermanos que compartimos un mismo origen y un idéntico destino.
El ciudadano seguirá caminando y actuando. Que hablen los políticos, que para eso están, aunque lo hagan como el buey del refrán.