Ser | General
“A sus majestades de Oriente: Melchor, Gaspar y Baltasar”
Juan María Tellería Larrañaga >> Queridos Reyes Magos: Si os he de ser sincero, me da un poco de “corte” escribiros esta carta ahora, después de cuarenta y seis años sin dirigiros la palabra. La última que os envié fue en el mes de diciembre de 1970, cuando hacía pocos meses que acababa de cumplir los diez años y era ya, o al menos así me lo creía, “un chico mayor” que no estaba más para “cosas de críos”. La pre-adolescencia, que dicen ahora.
Os preguntaréis entonces por qué vuelvo a escribiros en este momento, cuando soy ya un hombre adulto, muy lejos de aquellos días de mi niñez, y sin duda pensaréis que es para pediros algo. Lógicamente, acertáis. Para eso sois los Reyes Magos. No se os esconde nada, ¿eh?
Os lo digo con el corazón en la mano: solo me he decidido a dar este paso después de una larga reflexión sobre el asunto, sopesando los pros y los contras, tragándome mi orgullo y mi vergüenza de hombre adulto, y para ser honesto conmigo mismo, porque creo que es más seguro solicitaros a vosotros la petición que voy a formular, antes que a ninguna otra instancia, máxime en estos días de diciembre, cuando se acercan ya las Navidades y vuestro día, el 6 de enero.
“Lo que quiero pediros, Majestades, en este diciembre de 2016 es ayuda para estas personas que sufren situaciones totalmente injustas y, lo peor de todo, han perdido la esperanza”
Bueno, no creáis que lo que requiero de vosotros es dinero para liquidar una hipoteca o para unas vacaciones a todo trapo en Dubai o en el Caribe; tampoco un coche nuevo, un adosado con piscina, un apartamento en la playa, o una casita de montaña, y todo ello con exención de tasas. Cosas como estas no me vendrían nada mal, a decir verdad, pero no van por ahí los tiros. A mi edad ya no se piden este tipo de regalos, vamos, digo yo. Tampoco es mi intención solicitaros, así, como quien no dice nada, un cambio en la Constitución Española que deje abiertas las puertas a un referéndum sobre la monarquía, pongamos por caso. Me imagino que, al ser vosotros mismos Reyes, no os haría demasiada gracia, y como comprenderéis, lo último que desearía es herir vuestra sensibilidad o mostraros falta de respeto. Ni por asomo.
Se trata, más bien, de este mundo, de mi entorno. Cada día me entristecen más las noticias que escucho en los medios de comunicación y que vivo en mi propia localidad: familias enteras de gentes honradas y trabajadoras a las que, al parecer, nunca alcanza esa prosperidad económica anunciada por algunos a bombo y platillo; jóvenes prometedores que se quedan literalmente en la cuneta por carecer de medios para formarse y, debido a no sabe uno demasiado bien qué tipo de disposiciones, jamás tienen derecho a beneficiarse de becas de estudio; niños que, sin ser culpables de nada, viven en el umbral de la pobreza y únicamente comen realmente en unos comedores escolares que la administración amenaza de continuo con cerrar; padres de familia que ayer podían ofrecer a los suyos cierto bienestar, pero hoy van buscando comida en los cubos de la basura; pacientes de la sanidad pública que han de conformarse con dejarse morir mientras sobrellevan sus dolencias como pueden, dado que sus nombres están en unas interminables listas de espera… Por no mencionar las condiciones de los refugiados del Medio Oriente (de donde vosotros venís, según se dice), de poblaciones enteras sometidas a guerras sin sentido, a dictaduras, a amenazas y atentados constantes a su integridad humana…
Lo que quiero pediros, Majestades, en este diciembre de 2016 es ayuda para estas personas que sufren situaciones totalmente injustas y, lo peor de todo, han perdido la esperanza. No las culpo, que conste; cuando uno se ve relegado por una sociedad aparentemente próspera, de anuncios luminosos impactantes que muestran opulencia, un mundo de triunfadores en el que no encajan los que no pueden ostentar una hermosa sonrisa de plástico, un alto “standing”, es normal que se deprima, que crea que ha perdido hasta su dignidad como persona (¡o que se lo hagan creer!), que ya no le quede nada a que aferrarse.
Por más que se hagan protestas en las columnas de los rotativos o las revistas periódicas; por más que se alcen voces hasta en los parlamentos nacionales e internacionales a favor de quienes hoy padecen estos azotes, todo queda en papel mojado, en declaraciones de buenos propósitos demasiadas veces bien regadas por vinos de alta calidad en banquetes ostentosos de políticos y magnates.
Por eso me dirijo a vosotros, Majestades. ¿No podríais influir un poco en quienes toman ciertas decisiones, en los que reparten y distribuyen presupuestos y riqueza, en cuantos tienen en sus manos la responsabilidad de dirigir a las naciones?
Os digo la verdad (¿quién sería tan bobo de pretender engañaros?), no he sido especialmente bueno este año. Ni tampoco el anterior, ni el otro, ni el otro… Creo que he perdido la cuenta de cuando fui bueno por última vez, a lo mejor por aquel 1970 que os mencionaba al principio. Vamos, que no me dirijo a vosotros pretendiendo que estéis obligados a escucharme o que tengáis un deber para conmigo. No lo tenéis en absoluto, y yo, lo único que tengo, es un deseo muy firme de que estas situaciones injustas se arreglen. No puedo exigiros nada, por lo tanto, solo pediros, suplicaros que hagáis algo que esté en vuestras manos por aliviar tanto dolor.
Por supuesto, no me importa si lo hacéis vosotros solos, con vuestros pajes y vuestros camellos, o si pedís ayuda a vuestros amigos Papá Noel, Santa Claus, San Nicolás, el Olentzero y cuantos más tengáis por ahí que yo no conozca. Eso ya no es asunto mío.
No sé si el año próximo os volveré a escribir pidiéndoos cosas parecidas. Lo cierto es que no sé si volveré a dirigirme a vosotros otra vez; eso de la vergüenza pesa mucho en un hombre adulto, seguro que lo comprendéis. No resulta fácil volver a ser niño con más de cincuenta años, aunque a veces resulte muy necesario.
Sea como fuere, os doy las gracias por haber leído mi carta. Eso sí, por favor, no le digáis a nadie que os la he escrito.
Entre nosotros: os quiero, Majestades.
JMTL