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Adiós a Canal 9
Juan Mari Tellería>> Distintos medios del estado español se han hecho eco estos últimos días del cierre definitivo de la televisión autonómica valenciana, Canal 9, por una firme decisión del gobierno de la Generalitat de esa comunidad vecina y (mal que les pese a algunos) hermana. El ejecutivo del PP valenciano, presidido por el Sr. Fabra, ha tomado esta drástica resolución —o así se ha querido dar a entender— debido a los gastos ingentes que la cadena generaba, vale decir, una deuda de 1500 millones de euros, céntimo arriba céntimo abajo. Y los argumentos a favor de tal decreto no se han hecho esperar: “O televisión autonómica o colegios y hospitales”. ¿Quién se atrevería a contrarrestar un razonamiento tal?
Ahora bien, resulta un tanto sorprendente que el ejecutivo del Sr. Fabra emplee una fraseología tan demagógica en una región como la Comunitat Valenciana, donde, como todo el mundo sabe, la administración autonómica recorta de manera inmisericorde las asignaciones al ámbito educativo público (aunque no a ciertos colegios religiosos privados o concertados, especialmente escuelas del Opus Dei y de marcada tendencia política ultraderechista española), con sus repercusiones innegables en los colectivos docente y discente, al mismo tiempo que privatiza la gestión de la sanidad. Tan sorprendente que se nos hace difícil de digerir. En una palabra, que no nos lo creemos. Además, ¿no ha sido Canal 9 desde sus mismos comienzos una plataforma de propaganda firme y segura del PP? ¿No ha invertido esta cadena televisiva lo que tenía y lo que no tenía en promocionar a los distintos presidentes autonómicos de dicha formación política incluso cayendo en el más aterrador despilfarro en varias ocasiones? Algo no casa en esta decisión del ejecutivo del Sr. Fabra, de suyo tan pródigo en derroches.
Canal 9 ha planteado desde siempre un problema grave al gobierno autonómico valenciano: una guerra declarada entre lo que los reporteros de la cadena deseaban transmitir a su público con toda la deontología profesional de que querían hacer gala, y la realidad de una censura —sí, sí, así como suena— política al más puro estilo reaccionario. Una censura que no sólo impedía la emisión imparcial de ciertas noticias desfavorables al partido (manifestaciones públicas de protesta ciudadana ante ciertas injusticias, el accidente del metro de Valencia que tantas víctimas costó y que aún colea en los tribunales de la capital del Turia, caso Gürtel en toda su plenitud y con todos sus imputados directos e indirectos), sino que con muy poco tino —los censores profesionales suelen evidenciar escasa inteligencia por lo general— bloqueaba información internacional de alcance mundial (el atentado de las Torres Gemelas de Nueva York, por ejemplo) para sustituirla por programas de elevada chabacanería. Porque eso sí, en mal gusto y ordinariez nadie ha conseguido aún superar al Canal 9 valenciano, inventor del género llamado telebasura, entre otras lindezas. Pero a lo que íbamos, en este tipo de pugnas entre reporteros y censores políticos, como todo el mundo sabe o intuye, gana siempre el que tiene la sartén por el mango, es decir, el que paga. Vamos, el gobierno autonómico, por hablar claro.
Las consecuencias estaban a pie de calle para cualquiera que viviera en la Comunitat Valenciana: gran parte de la ciudadanía levantina NO conectaba el Canal 9 por la vergüenza que sentía de su televisión autonómica. Sorprendentemente, muchos valencianos, incluso castellanoparlantes habituales, preferían las emisiones de la catalana TV3, que consideraban de mucha mayor calidad (de ahí, sin duda, que el ejecutivo valenciano presidido por el archiconocido Sr. Camps decretara en su día la prohibición de que TV3 pudiera conectarse desde la Comunitat Valenciana).
¿Para qué seguir? Nunca un partido político totalitario, como es el españolísimo PP cuando tiene la oportunidad de demostrarlo, se deshace de una de sus plataformas mediáticas sólo por cuestiones económicas. Los motivos son siempre otros, aunque se quieran disfrazar de medida anticrisis. El PP valenciano ha comprendido (¡ya era hora!) que la manipulación informativa es absurda cuando los ciudadanos pueden acceder libremente a otras cadenas (aunque se vete TV3); se convierte en una tarea inútil y costosa. Se ha dado cuenta de que el recurso a la telebasura para embrutecer a la población tal vez no sea demasiado efectivo con ciertas capas sociales más jóvenes, normalmente estudiantiles, y con otras inquietudes más elevadas que saber con quién se acuesta Pepito o qué tipo de lencería íntima usa Juanita.
El cierre de Canal 9 ha suscitado un enorme debate político y social. Pero ante todo han destacado las muestras de simpatía y de condolencia que hemos leído o escuchado dirigidas a los trabajadores de esa entidad que se quedan en la santa calle y a sus familias, que pasan a engrosar el número creciente de víctimas laborales de la Comunitat Valenciana, uno de los más elevados del estado.
Seguro que en las próximas fallas aparecerán ninots que reflejen esta situación a la espera de ser quemados la noche del 19 de marzo.