Fer | Tribuna
El final del verano
Juan María Tellería Larrañaga >> Quienes llevamos ya unos cuantos años adentrados en la cincuentena, recordamos aquel gran éxito del Dúo Dinámico de nuestra adolescencia y juventud, titulado El final del verano, cuya melodía pegadiza hemos tenido la fortuna de escuchar hace muy poco por la calle. Hermoso recuerdo y bonita canción.
El caso es que, iniciado ya este mes de septiembre, y sumergidos aún en una inmisericorde canícula estival que no parece tener demasiadas intenciones de abandonarnos, pese a la abreviación de las horas de radiación solar y las nubes que en ocasiones comienzan a nublar los cielos, nos hemos puesto a pensar en este verano del año de Gracia de 2016 que, sin duda alguna, se aproxima a su final.
Y desde luego, independientemente de los buenos momentos que nos haya podido brindar a cada uno, a nivel familiar o personal, ha sido un estío de esos que podríamos llamar sonados: crisis política por partida doble en el Estado Español, al comienzo y al final, con unos señores que no se ponen de acuerdo y solo parecen desear cada uno su propio beneficio; crisis humanitaria galopante en el Mediterráneo y en Europa, con su goteo continuo de refugiados y las distintas reacciones que provocan en gobernantes y gobernados de los distintos países de la UE; crisis como consecuencia de catástrofes naturales, el ejemplo más patente de lo cual lo tenemos en los terremotos vividos recientemente en Italia, y que tanta gracia parecen haber suscitado a los de la famosa publicación semanal francesa Charlie Hebdo; crisis provocada por el terrorismo (como en Niza) y por la barbarie del ISIS, DAESH, EI o como quieran llamarlo; y, por no cansar al amable lector, crisis independentistas con pueblos como los kurdos en el Medio Oriente, a quienes muchos occidentales reconocen todo el derecho del mundo a ser independientes, u otros que no mencionamos por ser de casa, sitos en la península Ibérica, y que parecerían no gozar de ese mismo derecho (¿y por qué?).
Ya hemos dicho bien, no hemos exagerado nada: un verano sonado, en el que ciertas personas han podido encontrar trabajo, gracias a Dios, aunque fuera temporal; otras se han permitido disfrutar de unas bien merecidas vacaciones; pero algunas, por desgracia, han hallado una muerte completamente injusta; quizás estas últimas no hayan sido muchas en proporción, si las comparamos con el conjunto poblacional, pero es que una sola ya constituye todo un escándalo inaceptable para la conciencia solidaria de los seres humanos. O por lo menos, debería constituirlo.
El caso es que el verano se nos va en este hemisferio Norte, y la Tierra sigue girando como si tal cosa, con sus cambios climáticos evidentes, aunque no puedan, en buena lógica, ser evaluados con apasionamientos catastrofistas, y sus ritmos propios, sus alteraciones pertinentes, su evolución, en una palabra.
Lo cierto es que al final de este verano la vida prosigue su camino, abriéndose nuevos campos, nuevos senderos, y cerrándose quizás otros. Y los seres humanos seguimos planteándonos mil y una preguntas que tal vez nunca tengan respuestas, pero que sólo por el hecho de que nos las formulemos ya alcanzan un gran valor en sí mismas.
Este verano de 2016 ha sido testigo de alegrías y penas, de risas y llantos, de certezas y de dudas, de confianzas y decepciones, y así ha de ser también el otoño que estamos a punto de iniciar dentro de pocos días. Si algo hemos aprendido en esta vida es que estamos aquí, en este mundo, para experimentar todas esas cosas y, sobre todo, para contribuir a que nuestros congéneres aprendan a disfrutar de los buenos momentos y a tener esperanza en los malos.
En este sentido, decimos adiós a este caluroso estío del 2016 y nos preparamos para hacer frente a los desafíos de un otoño que ya está a la vuelta de la esquina, en el que proseguiremos la ruta que nos ha sido marcada desde el principio de nuestra gran familia humana.
Hace no mucho, una amiga nos preguntaba si esperábamos que sucediera algo especial, algo portentoso en nuestras vidas al concluir este verano. Le respondimos lo que ahora dejamos escrito aquí: Sí, continuar viviendo.
Pues eso.