Ser | Tribuna
Esperanza con realismo
Juan María Tellería Larrañaga>>Vivimos unos días de ajetreo tras las elecciones del 20-D. De hecho, días antes de redactar estas líneas leíamos un diario de amplia tirada plagado de referencias a mítines, candidatos, mensajes, llamados al electorado y, cómo no, ataques despiadados a los adversarios. Lo típico, se podría decir. Y, sobre todo, referencias a las promesas y esperanzas que cada postulante a la Moncloa vierte y derrama como cascadas de agua. Es aquí donde reside el quid de la cuestión.
Digámoslo claro: se necesita esperanza para poder salir adelante, para vivir el día a día haciendo frente a la dura e inmisericorde cotidianidad.
¿Cuál es el índice de credibilidad que alcanzan los candidatos a las elecciones? [1] Lo que indican ciertas encuestas resulta, pese a ser archisabido, escalofriante: mínimo. Pero, a decir verdad, no es preciso leer encuestas. Basta con salir a la calle y hablar directamente con la gente, con los ciudadanos de a pie, con esas personas que, al igual que usted y que yo, necesitan cada día trabajar para sacar a la familia adelante y hacer frente a las realidades vitales. Todo el mundo desea cambios, es cierto, porque se necesitan, pero la confianza real en quienes los prometen en acalorados (y teatrales) debates políticos no alcanza cotas demasiado elevadas.
Digámoslo claro: se necesita esperanza para poder salir adelante, para vivir el día a día haciendo frente a la dura e inmisericorde cotidianidad. Sin ello, nadie se atrevería a levantarse de la cama cada mañana o a abrir la puerta de casa para poner el pie en la calle. La esperanza, dígase lo que se quiera, es lo que mantiene a los pueblos y les permite sobrevivir batallando contra todos sus enemigos, reales o ficticios. Es lo que, en definitiva, nos sostiene como individuos y nos impulsa a desafiar ese futuro siempre incierto, siempre brumoso, cuando no totalmente oscuro, que se nos presenta de continuo ante nuestros ojos.
¿Razones para esa esperanza? Muchas. Todas las que se quieran, desde las ideológicas y religiosas más elevadas hasta las más anodinas, o las más terre à terre, como dirían nuestros vecinos de allende el Pirineo. Personalmente, creemos en la esperanza y con total firmeza, además. Tenemos excelentes motivos para ello. Ahí están, por no mencionar sino unos pocos, nuestros amigos de la parroquia que, al igual que en muchas otras, con una ilusión increíble, se afanan en preparar cajas navideñas para niños del mal llamado Tercer Mundo; por las calles de nuestras ciudades se encuentran grupos de gente joven que, de forma discreta, sin llamar la atención, recorren durante las horas nocturnas de los fines de semana lugares donde se hacinan muchos desahuciados para compartirles alimentos; en todas partes se hallan personas que acogen en sus casas, no sólo a familiares o amigos, sino incluso a otros con quienes no tienen relación directa alguna, a fin de que no duerman al raso; por no mencionar a los esforzados padres de familia que se someten a situaciones laborales injustas en aras del sostenimiento de sus hijos, o a quienes llegan a poner en peligro su propia vida con tal de que otros no sean perjudicados. Y suma y sigue. Sí, creemos en la esperanza. Hay esperanza. ¿Cómo no va a haberla? ¡Pobres de nosotros si no la hubiera!
Esperanza, sí, pero cimentada, no sobre quimeras, no sobre promesas circunstanciales de profesionales de la política, sino sobre la realidad que implica la solidaridad entre los seres humanos.
Esperanza, sí, pero con los pies en el suelo. Esperanza, sí, pero cimentada, no sobre quimeras, no sobre promesas circunstanciales de profesionales de la política, sino sobre la realidad que implica la solidaridad entre los seres humanos. Que el hombre sea una especie egoísta, nadie lo duda. Que sea destructivo y autodestructivo, tampoco. Que aquel aforismo divulgado por el filósofo inglés Hobbes, homo homini lupus[2], tenga sus grandes dosis de razón, pues tampoco. ¿A qué cerrar los ojos ante la cruda evidencia? Pero nada de todo ello niega u obvia el espíritu de compenetración, de empatía, que distingue también al género humano.
Creados por y para esperanza, seguiremos adelante. En el caso concreto de los ciudadanos del Estado español, independientemente del ganador de las elecciones del 20-D, haya prometido lo que haya prometido, y cumpla lo que cumpla. Seguiremos adelante, simplemente porque somos seres humanos y porque, como dicen las Sagradas Escrituras, hay en nosotros una chispa divina, una imagen y semejanza del Supremo Hacedor[3] que nos impulsa, nos orienta hacia la excelencia, hacia la consideración del otro como nuestro prójimo, nuestro hermano.
Feliz Navidad, Bon Nadal, a todos nuestros amigos y lectores de RESPOSTES.
[1] No nos referimos a intención de voto, que es otra cosa.
[2] “El hombre es un lobo para el hombre”.
[3] Génesis 1, 26-27.