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Moralista, a tus morales
Juan María Tellería Larrañaga>>Hay quien ha dicho que el mayor daño posible jamás infligido a la moral ha sido el aglutinarla, ya desde tiempos muy antiguos, con la religión. No con una religión determinada, sino con el hecho religioso en general. Y de rebote, que el mayor daño posible jamás infligido a la religión ha sido, precisamente, el aglutinarla con la moral.
En su origen la religión ponía en contacto al hombre con la esfera de lo divino, mientras que la moral regulaba las normas de convivencia entre los seres humanos. La cuestión se complicó cuando ambos campos descubrieron que tenían áreas compartidas.
Si hemos de ser sinceros, tenemos que reconocer que estamos de acuerdo con estas opiniones, ya que, o bien tienden a confundirse ambas esferas, con la consiguiente desorientación y confusión conceptual concomitante, o bien a imponerse la una sobre la otra, de manera que la más débil queda absorbida y anulada por la más fuerte, con las consabidas consecuencias que ello acarrea en el orden social y hasta en la expresión cultural. En su origen, dicen, la religión (del latín religare, “atar”, “sujetar”) ponía en contacto al hombre con la esfera de lo divino, exclusivamente, mientras que la moral (del latín mos moris, “costumbre”) regulaba las normas de convivencia entre los seres humanos. La cuestión se complicó cuando ambos campos descubrieron que tenían áreas compartidas, terrenos comunes. La solución al problema no es, desde luego, nada fácil, como bien expone Andrés Torres Queiruga en su sustancioso artículo Moral e relixión: da moral relixiosa á visión relixiosa da moral, en la revista Encrucillada 28 (2004), pp. 2-23. Se trata de un asunto que requiere, efectivamente, un cuidadoso estudio y una puesta al día por parte de quienes tienen la formación requerida y la autoridad (religiosa y moral) para ello.
Lo que, personalmente hablando, nos resulta del todo inaceptable es la “nueva moral” que algunos “moralistas” de reciente gestación pretenden inculcar a la ciudadanía como si fuera un conjunto monolítico de dogmas religiosos, empleando para ello todos los medios a su alcance, que no son pocos, y queriendo generar una conciencia social muy sui generis. Los postulados de estos moralistas de nuevo (y discutible) cuño proclaman a voz en cuello que quien practica o vive de la llamada economía sumergida, alias economía negra, es poco menos que un terrorista; que quien tiene la desgracia de perder su empleo y quedarse literalmente en la calle por no poder cancelar su hipoteca correspondiente, ni aun entregando su vivienda a los bancos, es culpable de mala gestión de las finanzas familiares, lo que en lenguaje popular se diría un manirroto o un derrochón, por lo que se convierte en un grave e imperdonable problema social; que quien manifiesta una enfermedad crónica que le impide ganarse la vida con su trabajo puede convertirse en un peligrosísimo parásito si pretende ser mantenido por fondos públicos; que quien ha trabajado como autónomo y ha cotizado para tener una buena pensión se tiene que contentar al jubilarse con menos de lo que le correspondería porque, de no ser así, es insolidario; que quien percibe un subsidio de desempleo o ayuda familiar en realidad es un holgazán que pretende explotar el sistema en vez de actuar de manera emprendedora y buscarse un empleo, como le correspondería; y suma y sigue. La conclusión general que los nuevos moralistas vehiculan, venden, difunden, transmiten y quieren imponer cueste lo que cueste es: si vives de la economía sumergida, no tienes trabajo, has perdido lo que poseías, padeces una enfermedad crónica, pretendes una pensión mejor de la que percibes, o vas tirando peor que mejor con los subsidios públicos, eres, te guste reconocerlo o no, el culpable de la gran crisis por la que atraviesa el país. Estás hundiendo España o la comunidad autónoma, o el municipio, en que resides. Que lo sepas bien: la culpa es tuya. ¡Ah, la picaresca ibérica!
La conclusión general que los nuevos moralistas quieren imponer es: si vives de la economía sumergida, no tienes trabajo, has perdido lo que poseías, padeces una enfermedad crónica, pretendes una pensión mejor de la que percibes, o vas tirando con los subsidios públicos, eres el culpable de la gran crisis por la que atraviesa el país.
Es curioso, pero los voceros de esta nueva moral no suelen alegar las cuentas B, C, D, F, G, H y todo el abecedario de sus respectivos partidos o formaciones políticas, de las que muchas veces ellos mismos se nutren o, mejor dicho, se ceban. No suelen mencionar los agujeros negros, verdes, amarillos y de todos los colores, o los pozos sin fondo, en los que están inmersas ciertas comunidades autónomas, fundaciones o instituciones que ellos o sus partidos regentan. Tampoco suelen aludir a sus escandalosos gastos extra pagados por el sufrido y desangrado contribuyente, a sus cuentas evasoras de capital en paraísos fiscales extranjeros, ni a sus salarios insultantes, provocadores y ofensivos para el conjunto de la ciudadanía. De eso, ni pío, salvo que algún periodista ruin o algún opositor político malintencionado quiera destaparlo. Ahora bien, si hay que cerrar comedores infantiles en verano, a riesgo de que un escandaloso porcentaje de los niños del país no coma dignamente durante un par de meses o tres; si se ha de desproveer a ciertos municipios de servicios sanitarios básicos; si se tienen que clausurar unidades de investigación que pueden repercutir en la salud y la calidad de vida de la ciudadanía, el culpable es la crisis, esa crisis que provocan el malvado padre o madre de familia que procura obtener dinero negro para sacar adelante su casa, el perverso enfermo crónico, el abyecto pensionista y el aberrante y siempre malévolo desempleado perceptor de subsidios, demonio de demonios.
Nueva moral. Así de claro. Y, como decíamos al principio, casi, casi, un dogma religioso con todo el peligro que ello entraña, y muy maniqueo, por cierto, con sus buenos y malos. Lo trágico es que los buenos siempre son los que tienen la sartén por el mango, y los malos, pues ya se sabe, como dijo hace unos años una celebérrima diputada valenciana en el Congreso: “¡Que se jodan!” (con perdón).
Resulta intolerable que quienes tienen en sus manos el poder y la responsabilidad de gobernar se atrevan a acusar y estigmatizar a su propio pueblo por una corrupción de la que ellos mismos están manchados.
El problema de los moralistas, nuevos o antiguos, es que, si desean tener credibilidad, han de estar a la altura de lo que predican. Que existe cierto nivel de picaresca en relación con las percepciones de subsidios y economías sumergidas, es algo que ninguna persona mínimamente razonable negará a estas alturas. Pero nadie se lleve a engaño: no es característica exclusiva de los pueblos ibéricos; incluso en naciones de la Europa Septentrional, tenidas, y con razón, por modélicas en relación con sus comportamientos cívicos, saltan de vez en cuando casos de ciudadanos implicados en esta clase de asuntos. Lo que resulta intolerable es que quienes tienen en sus manos el poder y la responsabilidad de gobernar y dirigir a la sociedad, se atrevan a acusar y estigmatizar vilmente a su propio pueblo por una corrupción de la que ellos mismos están manchados en la inmensa mayoría de los casos. No se debe permitir esta demonización permanente de las clases menos favorecidas, no es de recibo. Ninguna persona humana con unos mínimos de dignidad desea malvivir de subsidios ni quiere verse en situaciones que la impulsen hacia ciertas formas de economía un tanto discutibles; el mayor porcentaje de conciudadanos nuestros tiene como meta sacar adelante a sus familias por medio de un esfuerzo y un trabajo honrados, dentro de los cauces marcados por la sociedad. No somos culpables de unas crisis que no provocamos.
Nuestra única culpa y nuestro único pecado contra la moral cívica es el seguir manteniendo en posiciones de poder a personas inmorales que no merecen ocuparlas.