Fer | Tribuna
Un par de conclusiones sobre el 9 de noviembre
Juan María Tellería Larrañaga>>Lo decimos con la mano en el corazón: habíamos esperado el día 9 de noviembre con cierta dosis de inquietud. No por temor a que se produjeran confrontaciones civiles en Cataluña con motivo de la consulta por la independencia, sino por la clara actitud de amenaza que se respiraba desde otros lugares y, especialmente, desde las altas instancias del gobierno de España, donde se insistía machaconamente en la ilegalidad de tal consulta. Sólo faltó que se lanzara la voz de alarma por las redes sociales y algunos medios de comunicación, en el sentido de que se acuartelaban tropas en ciertos puntos de la geografía catalana. Daba la impresión de que todo presagiaba algo muy poco tranquilizador.
La realidad fue otra, gracias a Dios. Estuvimos pendientes todo el día de lo que ocurría en Cataluña para, finalmente, escuchar los resultados de la votación, índices de participación y demás datos por un estilo, y, digámoslo con claridad, respirar tranquilos. Y a lo largo de esta semana, seamos sinceros, esa tranquilidad se nos ha ido reafirmando, máxime tras leer, oír o escuchar lo que se ha comentado en los diversos medios.
El pueblo catalán ha dado muestras de una gran cultura democrática y de un envidiable civismo
En resumen, hemos sacado en claro un par de conclusiones:
La primera de todas, que el pueblo catalán, o la ciudadanía catalana, como se prefiera, no sólo ha estado a la altura de lo que se esperaba de ella, sino que ha dado muestras harto evidentes de una gran cultura democrática y de un envidiable civismo. Pese a las amenazas y las opiniones encontradas de aquéllos a quienes parecía les fuera la vida en que tal consulta no se celebrase, y pese al sambenito de ilegitimidad que parecía pender sobre la jornada, lo cierto es que la gente salió de sus casas y ejerció su derecho al voto, así de simple, con total naturalidad, sin aspavientos de ningún tipo y actuando como si fuera lo más normal del mundo. Es decir, actuando como se debe. La asunción de que un referéndum, sea del tipo que fuere, constituye algo totalmente natural en una sociedad democrática, es, sin duda alguna, uno de los mejores baremos de civilización en un mundo como el que nos ha tocado vivir.
Pero no sólo esto: el pueblo catalán, con su actuación pacífica y cívica del domingo 9 de noviembre, ha obtenido una rotunda victoria frente a quienes se empeñaban (y al parecer se siguen empeñando) en desacreditarlo. Al decir esto, no nos fijamos exactamente en el resultado. Que un 82% de los votantes, aproximadamente, expresara su deseo íntimo de que Cataluña sea un estado independiente, tiene su importancia, sin duda, pero para lo que estamos diciendo aquí sólo es una cifra. Aunque hubiera sido al contrario, que ese 82% se hubiera expresado en contra de la independencia, para el caso sería lo mismo. El pueblo catalán ha hablado y se ha hecho oír, no sólo en Barcelona o en Madrid, sino en todas partes, y eso es lo que cuenta. He ahí su gran victoria. Frente a quienes deseaban amordazarlo, salió a la calle y expresó sus deseos y sus convicciones. Mayor victoria que ésta no se logrará.
Nuestra segunda conclusión es que, por el otro lado, el gobierno del Reino de España ha hecho un ridículo espantoso en esta coyuntura. Desgraciadamente, no ha actuado de forma más grotesca ni menos que en otras ocasiones; parece que tal viene siendo su tónica de unas décadas acá. No mentiremos a los amables lectores si les decimos que hemos seguido con gran atención todas las declaraciones gubernamentales que hemos podido encontrar sobre este asunto a lo largo de la semana, tanto en la prensa como en otros medios. Y, desde luego, en ninguna de ellas, triste es tener que reconocerlo, hemos encontrado nada que refleje unos mínimos de capacidad de comprensión de la realidad actual, catalana y española. Lo único que hemos escuchado y leído en el discurso de los representantes del gobierno, o al menos de los que desde el primer momento han “dado la cara”, si se nos permite una expresión tan vulgar, han sido pobres intentos de desprestigiar la consulta, tildándola de fracaso por lo que, dicen, fue una escasa participación, o una machacona insistencia en la ilegalidad del acto, todo ello, eso sí, bien salpicado de tonos autoritarios y de esa actitud de prepotencia que caracteriza a todos los gobernantes inseguros, o por llamarlos por su nombre, tiranos de pies de barro. Inteligencia situacional, escasa en demasía; rabia mal contenida y odio mal disimulado, en exceso.
Ahora le toca al gobierno de España mover ficha, pero ¿cómo la moverá?
En fin, que ahí estamos, en eso que llaman un impasse. Que Cataluña ha jugado limpio, no se ha ocultado, ha dicho lo que pensaba y ahí ha quedado, es evidente para todo el mundo. Ahora le toca al gobierno de España mover ficha, pero ¿cómo la moverá? Porque jugar, lo que se dice jugar, se puede hacer con elegancia, como hacen los profesionales, con ese tipo de movimientos finos y casi delicados que convierten el hecho de mover una pieza determinada o lanzar una carta en una auténtica obra de arte; o también se puede jugar de forma basta, al estilo de los pockermen de las películas de vaqueros, es decir, pegando puñetazos en la mesa, haciendo saltar baraja, dinero y whisky por los aires de un manotazo, o incluso, cómo no, desenfundando el colt. En una palabra, que se puede jugar a lo Thomas Preston o a lo John Wayne.
Seguimos esperando que la cordura y el diálogo se impongan, como tiene que ser. Pero tal vez, quién sabe, para alcanzar esta condición óptima se ha de dar otra de antemano: un cambio radical en el gobierno del estado español.